Febrero de 1976. Hanna.
Hanna estaba muy feliz, acababa de hacer la Lección Inaugural sobre la Grecia antigua en la Facultad de Filosofía. A la salida de su exposición, maestros y estudiantes la saludaron y un grupo nutrido de mujeres la felicitó y le expresó lo importante que era para ellas el tema que había tratado. Hanna y Rosario se quedaron un tiempo más, tomaron un café mientras conversaban “cosas de mujeres”, Rosario la felicitó por la exposición, se despidieron con el cariño de siempre desde que se hicieron amigas, compañeras de universidad y de locuras. Quedaron de verse a los ocho días en la reunión que con regularidad realizaba el colectivo de amigas.
Atenas, primavera de un año del siglo V a. C. Jantipa.
La primavera finalizaba maravillosa, Atenas lucía más que nunca, era la ciudad más grandiosa del mundo; la luz se extendía sobre ella con una generosidad excepcional haciendo florecer la tierra y las ideas, ¡era su tiempo mejor! Sin embargo, el gineceo(1) no estaba tan alegre y despreocupado como de costumbre; había inquietud entre las mujeres a pesar de que hilaban y tejían con aparente indiferencia. La suerte de Jantipa era incierta. Los jueces estaban a punto de terminar el juicio contra Sócrates, su marido y, de cumplirse la sentencia, él tendría que beber la cicuta o aceptar el destierro. Jantipa se lamentaba. Pero su dolor no nacía del amor, su matrimonio no había partido de su voluntad, y además, por edad él podría ser su padre, pero al cumplirse la sentencia quedaría sola con sus hijos, cargando el deshonor, el rechazo de algunos, la pobreza.
Colombia, mayo 4 de 1966. Rogelio.
Tres hombres cavan su propia tumba, así lo han decidido sus compañeros. Los tres tienen un gran y único dolor: son sus compañeros quienes han determinado su muerte. Sus compañeros no están obrando en aras de la verdad, ni del amor, ni del compromiso, pero no seremos nosotros quienes abandonemos la lucha, no mentiremos, no utilizaremos sus procedimientos, no nos salvaremos, seremos fieles a nuestra convicción, a nuestro amor, a nuestra patria. Le dejamos a nuestras familias unas cartas, nuestras boinas; ojalá nuestros cuerpos, y un mensaje para nuestros hijos: viva la revolución.
Colombia, febrero de 1981.
“Al parecer la líder afgana Zahida Mahedii, será condenada a muerte por desobediencia a Dios, traición a su patria y a su pueblo, como consecuencia de haber creado una red clandestina de mujeres en Afganistán. Según versiones no oficiales, la red se ocupaba de la alfabetización de las mujeres, pero la información suministrada por ese país afirma que las mujeres vinculadas a ella habían sido instigadas por su líder para enfrentarse a sus familias y para adoptar las degradantes conductas occidentales. Poco antes de su retención, la médica colombiana Rosario García, quien le acompañaba e igualmente colaboraba con la red, había salido de Tahar, sin que hasta la fecha se conozca su paradero. Las autoridades colombianas están tratando de obtener información al respecto, ya que se teme por su vida”. (Diario Al Día).
Atenas, al día siguiente. Sócrates.
En el salón donde se reúnen las mujeres, la luz empieza a declinar, la rueca(2) está paralizada, hoy es el último día, el juicio ha terminado, esta noche irán los amigos y las mujeres a ver a Sócrates, seguramente a ellas sólo les permitirán estar unos instantes para no dar lugar a sus expresiones de debilidad. Quizá los amigos lo convenzan de salvarse, de evadir la decisión fatal o de defenderse con mayor fuerza; la suerte estará echada. Jantipa no se resigna a que la decisión quede en manos de los dioses, del Estado, de la terquedad egoísta de su marido.
Esa es la vida de las mujeres aún si provienen de una familia como la mía, estoy atada a mi esposo, a mis hijos, a la casa y así será siempre, así seguirá aconteciendo a las mujeres de los héroes, nos quedaremos con las lágrimas y en la oscuridad, decía con un hondo lamento.
Los amigos de Sócrates se reunieron desde la madrugada en la plaza pública cerca de la cárcel para entrar tan pronto abriera, el alcaide vino donde estábamos para decirnos que esperáramos hasta que nos avisara, porque los once magistrados están en este momento mandando quitar los grillos a Sócrates y dando orden para que muera hoy. Al entrar, encontramos a Sócrates, a quien acababan de quitar los grillos, y a Jantipa, ya la conoces, que tenía uno de sus hijos en los brazos. Apenas nos vio comenzó a deshacerse en lamentaciones y a decir todo lo que las mujeres acostumbran en semejantes circunstancias. Sócrates, gritó ella, hoy es el último día en que te veremos tus hijos y yo, la última vez que nos hablarás. Pero Sócrates, dirigiendo una mirada a Critón ordenó que la llevaran a su casa. Enseguida algunos esclavos de Critón condujeron a Jantipa, que iba dando gritos y golpeándose el rostro.
Así relató Fedón a algunos que no habían asistido a la toma de la cicuta e inmediatamente pasó a los pormenores de los temas verdaderamente importantes, continuó exponiendo Hanna en su lección inaugural de Filosofía, y agregó, todos estaban muy conmovidos. De nada había valido que la noche anterior Critón le hubiera suplicado: “por esta vez, Sócrates, sigue mis consejos: sálvate”. El maestro insistió en que vivir no era otra cosa que vivir como lo reclaman la probidad y la justicia. Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis, los atormentéis como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren la riqueza a la virtud y se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza si no se aplican a lo que deben aplicarse y creen ser lo que no son. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios.
Mientras tanto, ensombrecida por el resplandor de los fuegos sagrados, quedaría para siempre una testigo, una mujer que como otras, desde el altar de su propio sacrificio, regaría con su sangre toda la tierra y cuyos ojos permanecerían abiertos para siempre contemplando una a una a las heroínas, sus hermanas, que retornarían desde otros mundos y épocas para seguir tejiendo historias, concluyó Hanna al cierre de su Lección Inaugural.
Febrero de 1976, ocho días después.
Hanna y Rosario vuelven a encontrarse a los ocho días en la reunión del grupo de mujeres, están las de siempre; el grupo había decidido hacer un ciclo de conversaciones sobre experiencias de mujeres madres, hijas, hermanas o esposas de héroes. Por su parte Rosario finalizaba una serie de charlas sobre partería y su experiencia con comadronas de algunas regiones del país. Con este tema se despedía porque viajaba a Alemania a hacer su doctorado en medicina y quizá no volverían a verse. Bueno amigas, les presento a mi abuela Matilde, como ustedes saben, ella va a relatarnos su testimonio, que hace parte del ciclo que venimos desarrollando. Mucho gusto Matilde, estamos encantadas de conocerla, sabemos que para usted es un tema muy duro, pero es que en estos relatos también estamos las mujeres y quizá recordarlo contribuya a que haya menos historias crueles, más grandeza femenina y menos heroísmos necesarios. Hoy, Rosario culminará su serie de charlas sobre partería y nos tomaremos una copa de vino para desearle mucha felicidad en la etapa que inicia en Alemania y un excelente viaje.
A mi me mataron dos veces, comenzó diciendo Matilde, el día que se fue mi hijo y el día que la radio anunció su muerte. Dos años antes mi hijo me había dicho: “madrecita, las cosas no son así, hay que salir de la ceguera, buscar la verdad, estamos engañados, la palabra ha sido utilizada como arma letal, y las armas han acallado la palabra, hay que cambiar esa situación. Yo seguiré usando la palabra para que la vida sea, aunque me cueste la vida; ya somos muchos los que pensamos así”. Desde ese día presentí que en cualquier momento lo perdería. Yo le decía, tenga cuidado mijito, ¿si a usted le pasa algo, qué va a ser de mí? Poco a poco se fue cumpliendo lo que yo pensaba. Un día estaba tendiendo su cama y al levantar la almohada encontré un papel, me dejaba la despedida, me hablaba de su amor por mí y por la humanidad, decía que iba a estar bien y que se comunicaría. A los dos años, estando con mis otros hijos pasando unos días de descanso en un pueblito, la radio transmitió una noticia: Mi hijo había sido asesinado. “acallaron al cantor”. Ese día yo morí por segunda vez, era el 4 de mayo de 1966.
Mi hijito Rogelio siempre fue un buen estudiante, desde su bachillerato. En la universidad se destacó en su carrera, pero sabía mucho de todas las cosas, era un lector infatigable, también hizo sus pinitos en música y su vida transcurría normalmente. Adoraba a su novia pero ella, afortunada o desafortunadamente no compartió completamente sus ideales. Él, siempre estuvo en desacuerdo con la injusticia; lo mortificaba mucho, quería mucho este pueblo, pero ¿de qué sirvió? Seguimos en las mismas. Yo lo llamaba mi cantor y por eso quiero tanto la canción que dice: Si se calla el cantor… Él quería transformar la sociedad con la palabra, pero día a día lo acallaban, la verdad es que tuvo que irse porque lo tenían cercado. Al principio hasta grandes políticos lo escucharon y yo creo que hasta le llegaron a tener respeto, pero siempre ha sido así, el que dice la verdad estorba y hay que sacarlo del camino. Dicen que poco tiempo después de unirse con los que él creía sus hermanos, ellos pensaron que era demasiado blando, que la palabra era menos fuerte que las armas y que su punto de vista no tenía lugar allí. Lo mataron, no sé si en esos momentos me recordaría, no sé nada, porque ni siquiera se cumplió su voluntad de que me entregaran sus objetos personales y jamás recuperamos su cuerpo, que tal vez está en alguna montaña de este país. ¡Tantos cantores han muerto! ¡Tantas generaciones han sido sacrificadas! Pero nadie nos escucha, las mujeres nos quedamos con el dolor de haberlos perdido y de que todo siga igual. Ustedes que son jóvenes tienen que pensar en esto, en sus hijos, en su futuro y luchar porque no haya más sangre, ya se ha derramado demasiada.
Alemania, mayo de 1979. Zahida.
Estaba hermoso el final de la primavera, durante el verano se realizarían los preparativos para el viaje. Zahida había conseguido participar en la próxima misión de la Cruz Roja en Tahar, ella era una pieza clave en el equipo por su especialidad en medicina y por el conocimiento del idioma pashto, tenía unos pocos familiares que permanecían viviendo en Kabul, pero no los veía desde niña cuando su padre enviudó y viajó a Alemania con ella, que era su única hija.
Rosario la había conocido en la universidad a donde llegó a hacer su doctorado, eran compañeras de facultad, se hicieron amigas rápidamente, compartieron sus historias de vida y algunos ideales. Zahida, si bien había roto con los aspectos más radicales de su religión y con otros de su cultura, particularmente los que se referían al trato que en su país daban a las mujeres, jamás había aceptado una relación distinta a la amistad. Rosario por su parte, no podía descifrar si lo que le ataba para siempre a su amiga era su inteligencia, sus ideas, o la serena e impenetrable oscuridad de sus ojos, sus leves ojeras sugestivas de una profunda melancolía, la blancura de sus finas manos o sus labios en los que, como a su pesar, se dibujaba la placidez de la sensualidad, o la pasión que como un rayo acompañaba la expresión de sus ideas y sus decisiones. Sin embargo, Rosario jamás se hubiera atrevido a sugerirlo siquiera; la conocía bien. Pero esto no había sido obstáculo, por el contrario, ese amor extraño, animaba la empresa que emprenderían juntas el próximo verano. Zahida tenía el proyecto de construir una red clandestina de mujeres en Tahar que trabajaría por su escolarización, su salud, sus derechos. Era un proyecto secreto, así se lo relataba a Hanna en sus cartas, sólo tú conoces la intimidad de mi experiencia en Alemania, le decía.
Afganistán, 1980.
Zahida y Rosario habían logrado quedarse en Afganistán enfrentando toda suerte de dificultades, especialmente las políticas, era evidente que el país entraría en una guerra civil muy cruenta. Sé que el apoyo ruso contra el régimen talibán tampoco es la salida, todas las dominaciones me asquean porque son aplastantes de lo propio, la red tendrá más problemas, temo por las mujeres que están tan entusiasmadas y que día a día se arriesgan por la escuela y por todos los proyectos e incluso temo por ti, le confesaba Zahida a Rosario, cuando conversaban en la noche, extenuadas de cansancio pero aún entusiastas. Es cierto, respondía Rosario, e intentando dar cierta tranquilidad a su amiga, replicaba: hay muchas mujeres que desde aquí y desde otros lugares nos apoyan o hacen por su cuenta todo lo que pueden, Meena(3), Fatana la poetisa, y hasta mis amigas de Colombia están con nosotros, en fin, no estamos solas. Y por mí no te preocupes, te seguiré acompañando, tú sabes que estoy convencida de lo que estamos haciendo, creo que todo va a salir bien.
Hanna recibía las cartas que llegaban de vez en cuando con estas noticias, pero también procuraba informarse con lo poco que los medios de comunicación dejaban entrever. En cuanto a su vida personal, se había alejado del grupo de mujeres, se retiró de la universidad y estaba dedicada a la crianza de su pequeña Hanna, no sin ciertos sentimientos de culpa que la asaltaban de vez en cuando, por no tener una actividad académica, o al menos haber continuado con el grupo.
Febrero de 1981, el grupo de mujeres.
Hanna busca en una agenda a sus antiguas amigas del viejo grupo de mujeres y empieza a llamarlas para que se reúnan. Unas se han ido, otras siguen en el movimiento. Matilde, su abuela, ha muerto.
Ha convocado a la reunión a las ocho de la noche en su casa, donde esperan ella y su niña de cinco años. La ocasión es apremiante, se ha enterado por un diario que Zahida está presa y le siguen un juicio en Afganistan y que su compañera colombiana está desaparecida.
Poco a poco llegan las mujeres, Hanna empieza por contarles que decidió dedicarse exclusivamente a la crianza de su hija durante sus primeros años y que recientemente ha vuelto a la universidad. Rápidamente retoman la noticia, sólo ella y otra compañera estaban enteradas. Hanna las pone al tanto de los proyectos que Rosario venía realizando con Zahida, sus dificultades y lo que habían logrado hacer durante su permanencia en Afganistán. Recuerdan el último día que compartieron con ella en el grupo de mujeres; están muy tristes. Discutieron mucho acerca de lo que podían hacer al respecto y acordaron algunas tareas. Pusieron una fecha para encontrarse de nuevo.
Hora cero, 1º de enero de 2010. Recordando a Jantipa.
¡Qué sorpresa la llamada de Hanna para desearme el feliz año! ¿Serán las décadas o el vino lo que aviva de tal forma mi nostalgia? ¡Qué vivos tengo esos recuerdos! Las reuniones del grupo de mujeres… a veces me daba pereza ir porque llegaba cansada de estudiar y trabajar, generalmente con lluvia y con frio, ¡pero valió la pena! Se transformó mi vida, hoy comprendo mucho más la importancia de lo que compartimos en ese grupo. Recuerdo especialmente el ciclo de charlas que iniciamos a partir de su Lección Inaugural de Filosofía. Desde entonces, cuántas cosas han pasado: la desaparición de Rosario y la sentencia de Zahida, la pena moral de Matilde por la muerte de su hijo, la opción de Hanna por la maternidad.
Por esa época un tema fuerte eran los hombres que revoloteaban a nuestro alrededor, pero también los grandes hombres de la historia. Era cierto, los admirábamos pero nadie sabía algo más allá de sus hazañas. Yo me preguntaba por qué los grandes hombres habían logrado serlo. Pintores, músicos, cineastas, escritores, políticos, pero sobre todo filósofos. Ellas se reían cuando yo decía de los filósofos: ¡qué tipos tan vagos! Yo creo que si hubieran dedicado su vida a buscarse arenitas en el ombligo, siempre lo hubieran logrado, y les contaba que cada vez que intentaba aproximarme a la grandeza de alguno de ellos, como Sócrates, me sorprendía, ¿cómo llegó este tipo a esto o aquello? En eso andaba cuando escuché la charla de Hanna sobre Jantipa. Me iluminó, fue como si me corrieran un velo. ¡Claro!, alguien debió estar al lado de ese gran hombre surtiendo alimento, abrigo, cura para la enfermedad, organizando la casa, dispensando cariño y cuido. De otro modo no hubiera sido posible, era mi conclusión, pero hoy ¡sí que lo comprendo! A los 22 años casi nada parece trascendental, todo era más bien divertido, distribuía mi tiempo entre las actividades del grupo y mis estudios demográficos… hasta cruzaba mis preguntas en uno y otro lado; recuerdo que cuando visitaba asentamientos de población en lugares remotos, para mí era todo un misterio entender por qué carajos alguien escogería un sitio tan perdido para detener allí su marcha, llevando una mujer de compañía, un perro, y a lo sumo unos pocos enseres. Entonces, mis amigas (no los profesores de demografía) me respondían que eso de buscarse un mundo como se quiere y no como está hecho, significa pasar por todas esas cosas. Y es cierto, la experiencia me ha enseñado que internarse en la manigua o en la soledad de una montaña, es tanto como ir a la saga de una verdad o un ideal. Será por eso que yo he vivido como he querido, siempre con la certeza de que eso es cierto y es válido, esta llamada me lo ha vuelto a recordar…
Pero no más nostalgia, qué carajo, hoy inicia un nuevo año como tantos otros, midiéndomele a lo más verraco: vivir.
La vida es bonita aún con sus tristezas.
¡SALUD, HERMANA JANTIPA!
Marzo de 1981. Hanna.
La profesora Hanna dicta su primera clase de retorno a la facultad. No sabe cómo, pues no se lo propuso, en su discurrir sobre los antiguos griegos y casi de golpe, Jantipa, y el viejo Sócrates hacen presencia junto a Rogelio, Matilde, Zahida, y Rosario. Al terminar, las muchachas y los muchachos se acercan para hacerle preguntas y comentarios, entre ellos, uno le propone dictar una conferencia en su grupo de nuevas masculinidades; ella promete hacerlo.
Cansada y con sentimientos confusos, regresa a su casa, besa a la pequeña Hanna, juega con ella hasta que ve claramente el sueño en sus pestañas. Entonces, la carga para llevarla a la cama y le dice entre besos y risas, pero con decisión: mi chiquita, no volveré a contar historias de superhéroes, de ahora en adelante nos vamos a dedicar a inventar cuentos.
Notas:
(1) Espacio de encuentro de las mujeres griegas en la antigüedad. N. de la A.
(2) Máquina antigua de hilar. N. de la A.
(3) En una edición especial del 13 de noviembre de 2006, la revista Time Magazine, incluyó a Meena entre los “60 Héroes Asiáticos” y declaró: “A pesar de haber tenido sólo 30 años al morir, Meena ya había sembrado la semilla de un movimiento por los derechos de la mujer afgana, basado en el poder del conocimiento”. RAWA dice sobre ella: “Meena dio 12 años de su corta pero brillante vida para luchar por su tierra y su gente. Tenía la certeza de que pese a la oscuridad del analfabetismo, la ignorancia del fundamentalismo, la corrupción y la decadencia de traidores impuestos en nuestras mujeres bajo el nombre de libertad e igualdad, finalmente esa mitad de la población despertará y cruzará el camino hacia la libertad, democracia y derechos de la mujer. El enemigo tenía razón al temblar de miedo ante el amo.
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Sobre la autora:
Idaly Monroy. Nació en Bogotá en una familia constituida por sus padres y cuatro hermanas. Es madre de dos hijos y una hija, con quienes comparte su amor por las letras y otras artes. Estudió Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia, y Sociología en París. Ha incursionado en otras disciplinas en el campo de las humanidades y recientemente en la literatura, aunque su pasión por la lectura la ha acompañado desde muy temprana edad. En razón de su profesión ha vivido en diferentes regiones de Colombia, con poblaciones urbanas y rurales generalmente signadas por la vulnerabilidad y los conflictos sociales, que de alguna manera han aquejado siempre a la humanidad, como se refleja en su relato. Participa en el Club de Literatura de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño desde 2010. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
Hanna estaba muy feliz, acababa de hacer la Lección Inaugural sobre la Grecia antigua en la Facultad de Filosofía. A la salida de su exposición, maestros y estudiantes la saludaron y un grupo nutrido de mujeres la felicitó y le expresó lo importante que era para ellas el tema que había tratado. Hanna y Rosario se quedaron un tiempo más, tomaron un café mientras conversaban “cosas de mujeres”, Rosario la felicitó por la exposición, se despidieron con el cariño de siempre desde que se hicieron amigas, compañeras de universidad y de locuras. Quedaron de verse a los ocho días en la reunión que con regularidad realizaba el colectivo de amigas.
Atenas, primavera de un año del siglo V a. C. Jantipa.
La primavera finalizaba maravillosa, Atenas lucía más que nunca, era la ciudad más grandiosa del mundo; la luz se extendía sobre ella con una generosidad excepcional haciendo florecer la tierra y las ideas, ¡era su tiempo mejor! Sin embargo, el gineceo(1) no estaba tan alegre y despreocupado como de costumbre; había inquietud entre las mujeres a pesar de que hilaban y tejían con aparente indiferencia. La suerte de Jantipa era incierta. Los jueces estaban a punto de terminar el juicio contra Sócrates, su marido y, de cumplirse la sentencia, él tendría que beber la cicuta o aceptar el destierro. Jantipa se lamentaba. Pero su dolor no nacía del amor, su matrimonio no había partido de su voluntad, y además, por edad él podría ser su padre, pero al cumplirse la sentencia quedaría sola con sus hijos, cargando el deshonor, el rechazo de algunos, la pobreza.
Colombia, mayo 4 de 1966. Rogelio.
Tres hombres cavan su propia tumba, así lo han decidido sus compañeros. Los tres tienen un gran y único dolor: son sus compañeros quienes han determinado su muerte. Sus compañeros no están obrando en aras de la verdad, ni del amor, ni del compromiso, pero no seremos nosotros quienes abandonemos la lucha, no mentiremos, no utilizaremos sus procedimientos, no nos salvaremos, seremos fieles a nuestra convicción, a nuestro amor, a nuestra patria. Le dejamos a nuestras familias unas cartas, nuestras boinas; ojalá nuestros cuerpos, y un mensaje para nuestros hijos: viva la revolución.
Colombia, febrero de 1981.
“Al parecer la líder afgana Zahida Mahedii, será condenada a muerte por desobediencia a Dios, traición a su patria y a su pueblo, como consecuencia de haber creado una red clandestina de mujeres en Afganistán. Según versiones no oficiales, la red se ocupaba de la alfabetización de las mujeres, pero la información suministrada por ese país afirma que las mujeres vinculadas a ella habían sido instigadas por su líder para enfrentarse a sus familias y para adoptar las degradantes conductas occidentales. Poco antes de su retención, la médica colombiana Rosario García, quien le acompañaba e igualmente colaboraba con la red, había salido de Tahar, sin que hasta la fecha se conozca su paradero. Las autoridades colombianas están tratando de obtener información al respecto, ya que se teme por su vida”. (Diario Al Día).
Atenas, al día siguiente. Sócrates.
En el salón donde se reúnen las mujeres, la luz empieza a declinar, la rueca(2) está paralizada, hoy es el último día, el juicio ha terminado, esta noche irán los amigos y las mujeres a ver a Sócrates, seguramente a ellas sólo les permitirán estar unos instantes para no dar lugar a sus expresiones de debilidad. Quizá los amigos lo convenzan de salvarse, de evadir la decisión fatal o de defenderse con mayor fuerza; la suerte estará echada. Jantipa no se resigna a que la decisión quede en manos de los dioses, del Estado, de la terquedad egoísta de su marido.
Esa es la vida de las mujeres aún si provienen de una familia como la mía, estoy atada a mi esposo, a mis hijos, a la casa y así será siempre, así seguirá aconteciendo a las mujeres de los héroes, nos quedaremos con las lágrimas y en la oscuridad, decía con un hondo lamento.
Los amigos de Sócrates se reunieron desde la madrugada en la plaza pública cerca de la cárcel para entrar tan pronto abriera, el alcaide vino donde estábamos para decirnos que esperáramos hasta que nos avisara, porque los once magistrados están en este momento mandando quitar los grillos a Sócrates y dando orden para que muera hoy. Al entrar, encontramos a Sócrates, a quien acababan de quitar los grillos, y a Jantipa, ya la conoces, que tenía uno de sus hijos en los brazos. Apenas nos vio comenzó a deshacerse en lamentaciones y a decir todo lo que las mujeres acostumbran en semejantes circunstancias. Sócrates, gritó ella, hoy es el último día en que te veremos tus hijos y yo, la última vez que nos hablarás. Pero Sócrates, dirigiendo una mirada a Critón ordenó que la llevaran a su casa. Enseguida algunos esclavos de Critón condujeron a Jantipa, que iba dando gritos y golpeándose el rostro.
Así relató Fedón a algunos que no habían asistido a la toma de la cicuta e inmediatamente pasó a los pormenores de los temas verdaderamente importantes, continuó exponiendo Hanna en su lección inaugural de Filosofía, y agregó, todos estaban muy conmovidos. De nada había valido que la noche anterior Critón le hubiera suplicado: “por esta vez, Sócrates, sigue mis consejos: sálvate”. El maestro insistió en que vivir no era otra cosa que vivir como lo reclaman la probidad y la justicia. Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis, los atormentéis como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren la riqueza a la virtud y se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza si no se aplican a lo que deben aplicarse y creen ser lo que no son. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios.
Mientras tanto, ensombrecida por el resplandor de los fuegos sagrados, quedaría para siempre una testigo, una mujer que como otras, desde el altar de su propio sacrificio, regaría con su sangre toda la tierra y cuyos ojos permanecerían abiertos para siempre contemplando una a una a las heroínas, sus hermanas, que retornarían desde otros mundos y épocas para seguir tejiendo historias, concluyó Hanna al cierre de su Lección Inaugural.
Febrero de 1976, ocho días después.
Hanna y Rosario vuelven a encontrarse a los ocho días en la reunión del grupo de mujeres, están las de siempre; el grupo había decidido hacer un ciclo de conversaciones sobre experiencias de mujeres madres, hijas, hermanas o esposas de héroes. Por su parte Rosario finalizaba una serie de charlas sobre partería y su experiencia con comadronas de algunas regiones del país. Con este tema se despedía porque viajaba a Alemania a hacer su doctorado en medicina y quizá no volverían a verse. Bueno amigas, les presento a mi abuela Matilde, como ustedes saben, ella va a relatarnos su testimonio, que hace parte del ciclo que venimos desarrollando. Mucho gusto Matilde, estamos encantadas de conocerla, sabemos que para usted es un tema muy duro, pero es que en estos relatos también estamos las mujeres y quizá recordarlo contribuya a que haya menos historias crueles, más grandeza femenina y menos heroísmos necesarios. Hoy, Rosario culminará su serie de charlas sobre partería y nos tomaremos una copa de vino para desearle mucha felicidad en la etapa que inicia en Alemania y un excelente viaje.
A mi me mataron dos veces, comenzó diciendo Matilde, el día que se fue mi hijo y el día que la radio anunció su muerte. Dos años antes mi hijo me había dicho: “madrecita, las cosas no son así, hay que salir de la ceguera, buscar la verdad, estamos engañados, la palabra ha sido utilizada como arma letal, y las armas han acallado la palabra, hay que cambiar esa situación. Yo seguiré usando la palabra para que la vida sea, aunque me cueste la vida; ya somos muchos los que pensamos así”. Desde ese día presentí que en cualquier momento lo perdería. Yo le decía, tenga cuidado mijito, ¿si a usted le pasa algo, qué va a ser de mí? Poco a poco se fue cumpliendo lo que yo pensaba. Un día estaba tendiendo su cama y al levantar la almohada encontré un papel, me dejaba la despedida, me hablaba de su amor por mí y por la humanidad, decía que iba a estar bien y que se comunicaría. A los dos años, estando con mis otros hijos pasando unos días de descanso en un pueblito, la radio transmitió una noticia: Mi hijo había sido asesinado. “acallaron al cantor”. Ese día yo morí por segunda vez, era el 4 de mayo de 1966.
Mi hijito Rogelio siempre fue un buen estudiante, desde su bachillerato. En la universidad se destacó en su carrera, pero sabía mucho de todas las cosas, era un lector infatigable, también hizo sus pinitos en música y su vida transcurría normalmente. Adoraba a su novia pero ella, afortunada o desafortunadamente no compartió completamente sus ideales. Él, siempre estuvo en desacuerdo con la injusticia; lo mortificaba mucho, quería mucho este pueblo, pero ¿de qué sirvió? Seguimos en las mismas. Yo lo llamaba mi cantor y por eso quiero tanto la canción que dice: Si se calla el cantor… Él quería transformar la sociedad con la palabra, pero día a día lo acallaban, la verdad es que tuvo que irse porque lo tenían cercado. Al principio hasta grandes políticos lo escucharon y yo creo que hasta le llegaron a tener respeto, pero siempre ha sido así, el que dice la verdad estorba y hay que sacarlo del camino. Dicen que poco tiempo después de unirse con los que él creía sus hermanos, ellos pensaron que era demasiado blando, que la palabra era menos fuerte que las armas y que su punto de vista no tenía lugar allí. Lo mataron, no sé si en esos momentos me recordaría, no sé nada, porque ni siquiera se cumplió su voluntad de que me entregaran sus objetos personales y jamás recuperamos su cuerpo, que tal vez está en alguna montaña de este país. ¡Tantos cantores han muerto! ¡Tantas generaciones han sido sacrificadas! Pero nadie nos escucha, las mujeres nos quedamos con el dolor de haberlos perdido y de que todo siga igual. Ustedes que son jóvenes tienen que pensar en esto, en sus hijos, en su futuro y luchar porque no haya más sangre, ya se ha derramado demasiada.
Alemania, mayo de 1979. Zahida.
Estaba hermoso el final de la primavera, durante el verano se realizarían los preparativos para el viaje. Zahida había conseguido participar en la próxima misión de la Cruz Roja en Tahar, ella era una pieza clave en el equipo por su especialidad en medicina y por el conocimiento del idioma pashto, tenía unos pocos familiares que permanecían viviendo en Kabul, pero no los veía desde niña cuando su padre enviudó y viajó a Alemania con ella, que era su única hija.
Rosario la había conocido en la universidad a donde llegó a hacer su doctorado, eran compañeras de facultad, se hicieron amigas rápidamente, compartieron sus historias de vida y algunos ideales. Zahida, si bien había roto con los aspectos más radicales de su religión y con otros de su cultura, particularmente los que se referían al trato que en su país daban a las mujeres, jamás había aceptado una relación distinta a la amistad. Rosario por su parte, no podía descifrar si lo que le ataba para siempre a su amiga era su inteligencia, sus ideas, o la serena e impenetrable oscuridad de sus ojos, sus leves ojeras sugestivas de una profunda melancolía, la blancura de sus finas manos o sus labios en los que, como a su pesar, se dibujaba la placidez de la sensualidad, o la pasión que como un rayo acompañaba la expresión de sus ideas y sus decisiones. Sin embargo, Rosario jamás se hubiera atrevido a sugerirlo siquiera; la conocía bien. Pero esto no había sido obstáculo, por el contrario, ese amor extraño, animaba la empresa que emprenderían juntas el próximo verano. Zahida tenía el proyecto de construir una red clandestina de mujeres en Tahar que trabajaría por su escolarización, su salud, sus derechos. Era un proyecto secreto, así se lo relataba a Hanna en sus cartas, sólo tú conoces la intimidad de mi experiencia en Alemania, le decía.
Afganistán, 1980.
Zahida y Rosario habían logrado quedarse en Afganistán enfrentando toda suerte de dificultades, especialmente las políticas, era evidente que el país entraría en una guerra civil muy cruenta. Sé que el apoyo ruso contra el régimen talibán tampoco es la salida, todas las dominaciones me asquean porque son aplastantes de lo propio, la red tendrá más problemas, temo por las mujeres que están tan entusiasmadas y que día a día se arriesgan por la escuela y por todos los proyectos e incluso temo por ti, le confesaba Zahida a Rosario, cuando conversaban en la noche, extenuadas de cansancio pero aún entusiastas. Es cierto, respondía Rosario, e intentando dar cierta tranquilidad a su amiga, replicaba: hay muchas mujeres que desde aquí y desde otros lugares nos apoyan o hacen por su cuenta todo lo que pueden, Meena(3), Fatana la poetisa, y hasta mis amigas de Colombia están con nosotros, en fin, no estamos solas. Y por mí no te preocupes, te seguiré acompañando, tú sabes que estoy convencida de lo que estamos haciendo, creo que todo va a salir bien.
Hanna recibía las cartas que llegaban de vez en cuando con estas noticias, pero también procuraba informarse con lo poco que los medios de comunicación dejaban entrever. En cuanto a su vida personal, se había alejado del grupo de mujeres, se retiró de la universidad y estaba dedicada a la crianza de su pequeña Hanna, no sin ciertos sentimientos de culpa que la asaltaban de vez en cuando, por no tener una actividad académica, o al menos haber continuado con el grupo.
Febrero de 1981, el grupo de mujeres.
Hanna busca en una agenda a sus antiguas amigas del viejo grupo de mujeres y empieza a llamarlas para que se reúnan. Unas se han ido, otras siguen en el movimiento. Matilde, su abuela, ha muerto.
Ha convocado a la reunión a las ocho de la noche en su casa, donde esperan ella y su niña de cinco años. La ocasión es apremiante, se ha enterado por un diario que Zahida está presa y le siguen un juicio en Afganistan y que su compañera colombiana está desaparecida.
Poco a poco llegan las mujeres, Hanna empieza por contarles que decidió dedicarse exclusivamente a la crianza de su hija durante sus primeros años y que recientemente ha vuelto a la universidad. Rápidamente retoman la noticia, sólo ella y otra compañera estaban enteradas. Hanna las pone al tanto de los proyectos que Rosario venía realizando con Zahida, sus dificultades y lo que habían logrado hacer durante su permanencia en Afganistán. Recuerdan el último día que compartieron con ella en el grupo de mujeres; están muy tristes. Discutieron mucho acerca de lo que podían hacer al respecto y acordaron algunas tareas. Pusieron una fecha para encontrarse de nuevo.
Hora cero, 1º de enero de 2010. Recordando a Jantipa.
¡Qué sorpresa la llamada de Hanna para desearme el feliz año! ¿Serán las décadas o el vino lo que aviva de tal forma mi nostalgia? ¡Qué vivos tengo esos recuerdos! Las reuniones del grupo de mujeres… a veces me daba pereza ir porque llegaba cansada de estudiar y trabajar, generalmente con lluvia y con frio, ¡pero valió la pena! Se transformó mi vida, hoy comprendo mucho más la importancia de lo que compartimos en ese grupo. Recuerdo especialmente el ciclo de charlas que iniciamos a partir de su Lección Inaugural de Filosofía. Desde entonces, cuántas cosas han pasado: la desaparición de Rosario y la sentencia de Zahida, la pena moral de Matilde por la muerte de su hijo, la opción de Hanna por la maternidad.
Por esa época un tema fuerte eran los hombres que revoloteaban a nuestro alrededor, pero también los grandes hombres de la historia. Era cierto, los admirábamos pero nadie sabía algo más allá de sus hazañas. Yo me preguntaba por qué los grandes hombres habían logrado serlo. Pintores, músicos, cineastas, escritores, políticos, pero sobre todo filósofos. Ellas se reían cuando yo decía de los filósofos: ¡qué tipos tan vagos! Yo creo que si hubieran dedicado su vida a buscarse arenitas en el ombligo, siempre lo hubieran logrado, y les contaba que cada vez que intentaba aproximarme a la grandeza de alguno de ellos, como Sócrates, me sorprendía, ¿cómo llegó este tipo a esto o aquello? En eso andaba cuando escuché la charla de Hanna sobre Jantipa. Me iluminó, fue como si me corrieran un velo. ¡Claro!, alguien debió estar al lado de ese gran hombre surtiendo alimento, abrigo, cura para la enfermedad, organizando la casa, dispensando cariño y cuido. De otro modo no hubiera sido posible, era mi conclusión, pero hoy ¡sí que lo comprendo! A los 22 años casi nada parece trascendental, todo era más bien divertido, distribuía mi tiempo entre las actividades del grupo y mis estudios demográficos… hasta cruzaba mis preguntas en uno y otro lado; recuerdo que cuando visitaba asentamientos de población en lugares remotos, para mí era todo un misterio entender por qué carajos alguien escogería un sitio tan perdido para detener allí su marcha, llevando una mujer de compañía, un perro, y a lo sumo unos pocos enseres. Entonces, mis amigas (no los profesores de demografía) me respondían que eso de buscarse un mundo como se quiere y no como está hecho, significa pasar por todas esas cosas. Y es cierto, la experiencia me ha enseñado que internarse en la manigua o en la soledad de una montaña, es tanto como ir a la saga de una verdad o un ideal. Será por eso que yo he vivido como he querido, siempre con la certeza de que eso es cierto y es válido, esta llamada me lo ha vuelto a recordar…
Pero no más nostalgia, qué carajo, hoy inicia un nuevo año como tantos otros, midiéndomele a lo más verraco: vivir.
La vida es bonita aún con sus tristezas.
¡SALUD, HERMANA JANTIPA!
Marzo de 1981. Hanna.
La profesora Hanna dicta su primera clase de retorno a la facultad. No sabe cómo, pues no se lo propuso, en su discurrir sobre los antiguos griegos y casi de golpe, Jantipa, y el viejo Sócrates hacen presencia junto a Rogelio, Matilde, Zahida, y Rosario. Al terminar, las muchachas y los muchachos se acercan para hacerle preguntas y comentarios, entre ellos, uno le propone dictar una conferencia en su grupo de nuevas masculinidades; ella promete hacerlo.
Cansada y con sentimientos confusos, regresa a su casa, besa a la pequeña Hanna, juega con ella hasta que ve claramente el sueño en sus pestañas. Entonces, la carga para llevarla a la cama y le dice entre besos y risas, pero con decisión: mi chiquita, no volveré a contar historias de superhéroes, de ahora en adelante nos vamos a dedicar a inventar cuentos.
Notas:
(1) Espacio de encuentro de las mujeres griegas en la antigüedad. N. de la A.
(2) Máquina antigua de hilar. N. de la A.
(3) En una edición especial del 13 de noviembre de 2006, la revista Time Magazine, incluyó a Meena entre los “60 Héroes Asiáticos” y declaró: “A pesar de haber tenido sólo 30 años al morir, Meena ya había sembrado la semilla de un movimiento por los derechos de la mujer afgana, basado en el poder del conocimiento”. RAWA dice sobre ella: “Meena dio 12 años de su corta pero brillante vida para luchar por su tierra y su gente. Tenía la certeza de que pese a la oscuridad del analfabetismo, la ignorancia del fundamentalismo, la corrupción y la decadencia de traidores impuestos en nuestras mujeres bajo el nombre de libertad e igualdad, finalmente esa mitad de la población despertará y cruzará el camino hacia la libertad, democracia y derechos de la mujer. El enemigo tenía razón al temblar de miedo ante el amo.
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Sobre la autora:
Idaly Monroy. Nació en Bogotá en una familia constituida por sus padres y cuatro hermanas. Es madre de dos hijos y una hija, con quienes comparte su amor por las letras y otras artes. Estudió Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia, y Sociología en París. Ha incursionado en otras disciplinas en el campo de las humanidades y recientemente en la literatura, aunque su pasión por la lectura la ha acompañado desde muy temprana edad. En razón de su profesión ha vivido en diferentes regiones de Colombia, con poblaciones urbanas y rurales generalmente signadas por la vulnerabilidad y los conflictos sociales, que de alguna manera han aquejado siempre a la humanidad, como se refleja en su relato. Participa en el Club de Literatura de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño desde 2010. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
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