lunes, 16 de enero de 2012

Vapor en las ventanas (por Esteban Salamanca)

Cerró la puerta mientras se preguntaba si su novio haría lo que ella quería. Tranquila, con la mirada perdida, y él, recostado a su lado, a la espera que su papá los llevara, sentía que algo crecía bajo su ombligo.
Candela entrelazaba sus dedos, y lo miraba con la ceja arqueada cómo diciéndole que le diera un beso. Mientras él, sonriente, se disponía para cogerle la mano, sin preocuparse por lo que su papá, quien ahora encendía el coche, fuera a pensar por lo que estaba ocurriendo en el asiento de atrás. En el asiento de atrás, de terciopelo gris, dónde ella con disimulo, se acercaba cada vez más y más. Se quitó el saco blanco que llevaba puesto, se recostó sobre el asiento, cerró los ojos, y el chofer adelante, después de quitar el clotch, alistaba el carnet de salida para dárselo al portero. No tenían afán, avanzaban a una velocidad que no sentía. Que no se sentía adelante, porque atrás los corazones palpitaban como queriendo salir, a pesar de que se hacían los que no hacían nada.
—Espérenme acá. Ya regreso —dijo el papá, sin esperar respuesta. Abrió la puerta, tomó su chaqueta y salió del carro, no sin antes cerciorarse que llevaba su billetera.
Se miraron fijamente y sonrieron al tiempo. Ahora ya se estaban besando y él, con sus heladas manos, rozó la espalda de Candela, y le tocó las piernas. Ella sentía un leve cosquilleo, y dejaba salir unas pequeñas carcajadas. Bajó sus manos hasta la cueva de Candela, y ella gimió, luego, ella también sintió ganas de seguir el juego, y le buscó el broche de su cinturón. Lo desabrochó.
—¡Que juventud la de hoy día! —se escuchó afuera.
No importaba la ventana abierta. El calor ya haría empañar los vidrios. Él seguía besándola, pero ahora con más rapidez. Después de que él se inclinara hacia adelante, recostándola sobre la puerta, separó los labios, lamia su cuello y disfrutó verla así. Excitada. Con los ojos cerrados. Sus manos manosearon el pecho de Candela. Luego, ella metió sus manos en la bragueta de Cristian, y consentía lo que tenía. Que placer más delicioso, y a pesar de todo ni corto ni perezoso, también le desabrocho el Jean, y puso sus dedos dentro de la cueva.
Se escuchaban gemidos que venían desde adentro, y pensaban que habían dejado una caja de sabuesos recién nacidos, y vaya que si chillaban por la teta de su madre.
—Ohh me gusta. Sigue así —decía Candela mientras movía su cuerpo adelante y atrás.
Era hora de que el hiciera caso a todo lo que le pedía su princesa de ojos bellos, con cuerpo de chica sexi de telenovela.
Cada uno hacía que la chispa del amor se encendiera. Cristian pensó que ese día, ella amaneció más bella que ayer
Candela terminó su tarea, y sintió que el líquido blanco embardunaba sus manos. Él también acabó tu trabajo, le dio otro beso, y luego, mirándola a los ojos, la tomó de las manos y le dijo que no había en el mundo nadie como ella.
Lo miró a los ojos con la cara sonriente y le dijo:
—Abróchate rápido.
Abrieron la puerta. El papá subió al auto, los miró por el espejo retrovisor, y dijo que el cajero estaba tan lleno que había tenido que hacer cola. Encendió el auto y continuaron la marcha.
Había sido una larga jornada para Candela. Ahora debía retomar su trabajo

...

Sobre el autor:
Esteban Salamanca, tengo 19 años, nací en Bogotá. Soy estudiante de literatura de la Universidad Autónoma de Colombia. En el 2012 entro a cursar quinto semestre. Me gusta leer literatura medieval. En mis tiempos libres, acostumbro a leer, escribir cuentos, jugar futbol y escuchar música.

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