La dicha no cabía en mi pecho, que parecía estallar al tenerte por fin tan cerca. El contacto de mis manos con tus manos —sí, tus blancas, largas y perfectas manos—, hacía que todo lo demás pareciera borroso, incluso mi propio ser parecía ausente ante tan hermosa situación. Es extraño, pero recuerdo cuando te vi en clase del seminario optativo por primera vez: tus manos hacían juego con las palabras que te hacían ver tan imponente, atractivo, y tu… tu…parecías no verme… o…
Increíble, ¡mis manos!, entre las tuyas… Ya no siento nada. A la anestesia, producida por el dolor y la inercia que inmovilizaron mi cuerpo, se sumaron unas pocas lágrimas. Mi voz ya fue ahogada. Me desvanezco. Te miro, mujer, y aún no puedo creerlo.
El día que conocí a Ximena, en mi oficina de Bienestar Universitario, me dijo: Me atormenta un gran secreto que en ocasiones no me deja dormir, pero luego se mostró esquiva y evadió el tema durante la sesión. Prefirió hablar del rendimiento y desempeño académico, resaltando que su promedio era muy bueno. Con orgullo hizo hincapié en su beca y en las clases adicionales a su currículo, enfatizando en el seminario optativo de administración que tomaba en otra facultad. Finalmente me habló de un joven que también estaba en ese curso, un joven que parecía interesarle mucho.
Pasaron varios días antes de que me distinguieras en el grupo. Cuando te sentaste a mi lado en aquella semana de marzo, sonreíste y me pediste permiso para ocupar el puesto, te pregunté sobre el texto de Chiavenato, la verdad no tuve tiempo de leerlo, dijiste, y de nuevo me ignoraste. Con tus manos perfectas tomaste el libro y en silencio trataste de leerlo rápidamente. Ese día no llegaron tus amigos así que trabajaste conmigo en clase. Obtuvimos la mejor nota, fui tan feliz, por fin empezaba a olvidar.
Yo solo soñaba con graduarme, tener una que otra noviecita, nada de importancia. La verdad no se cómo ni por qué estoy aquí, ni qué hice para merecer esto. Necesitaba buenas notas y eras muy estudiosa, me gustaba trabajar contigo, pero no más…
Cierto día en la cafetería me encontraba hablando con otra estudiante que al ver pasar a Ximena, dijo: uy, ella si esta loca, profe, y al preguntar por el comentario me contestó: esa demente hace una semana cogió a golpes en el baño a una vieja de la facultad de administración y la volvió mierda, le rompió los dientes con el lavamanos; la vieja era chusca, lástima. En ese momento recordé la última sesión que tuve con Ximena. Parecía padecer una fijación obsesiva enfocada en el joven que tanto mencionaba, Felipe. Por otro lado, observé signos de auto agresión en sus muñecas, descubiertas accidentalmente al realizar un movimiento natural con sus manos. La verdad no imaginé que agrediera a la joven, a quien ella veía como una amenaza por la reciente cercanía de Felipe.
Él también me abandonó como tú, Felipe, me dijo Ximena, al ver en mi rostro el principio de la inconsciencia, y esto es lo único que me queda de él, concluyó, mostrándome un frasco de vidrio lleno de un líquido traslúcido en el que flotaban unas manos. Me cuesta respirar, el olor a sangre me asfixia y me siento tan liviano como el viento. Todo parece oscurecer.
Conseguí el número telefónico de Felipe con la intención de indagar por la joven golpeada, un sentimiento de angustia me embargó de repente, y se agudizó al hablar con la madre del joven. Ella me confesó llorando que su hijo no había llegado en la noche a casa, por lo que puso el denuncio en la policía. Casi no podía esperar a colgar para marcar el número de Ximena. No contestó, así que busqué en mi archivo, tomé la dirección y salí hacia su apartamento.
Ante la insistencia de los golpes en la puerta grité: ¡No me jodan! Solo quiero estar en la paz del silencio que ahora es Felipe. Mi Felipe, solo quiero seguir acariciando tus manos.
Con la ayuda del portero derribamos la puerta del apartamento. La expresión de horror no se hizo esperar en nuestros rostros: en la sala encontramos el cuerpo del joven, tendido en el piso. Sus muñecas aún manaban sangre. Ximena, estudiante de química farmacéutica, sostenía las manos amputadas de Felipe. La escabrosa escena la completaba un frasco de vidrio que contenía unas manos diferentes a las del joven, exánime junto a ella.
...
Sobre la autora:
Jimena Sandoval Herrera. Bogotana de 30 años, Trabajadora Social, participa desde 2009 en el Club de Literatura de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, encontrando en este espacio y en la literatura la mejor forma de entender, crear y dibujar las realidades. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
Increíble, ¡mis manos!, entre las tuyas… Ya no siento nada. A la anestesia, producida por el dolor y la inercia que inmovilizaron mi cuerpo, se sumaron unas pocas lágrimas. Mi voz ya fue ahogada. Me desvanezco. Te miro, mujer, y aún no puedo creerlo.
El día que conocí a Ximena, en mi oficina de Bienestar Universitario, me dijo: Me atormenta un gran secreto que en ocasiones no me deja dormir, pero luego se mostró esquiva y evadió el tema durante la sesión. Prefirió hablar del rendimiento y desempeño académico, resaltando que su promedio era muy bueno. Con orgullo hizo hincapié en su beca y en las clases adicionales a su currículo, enfatizando en el seminario optativo de administración que tomaba en otra facultad. Finalmente me habló de un joven que también estaba en ese curso, un joven que parecía interesarle mucho.
Pasaron varios días antes de que me distinguieras en el grupo. Cuando te sentaste a mi lado en aquella semana de marzo, sonreíste y me pediste permiso para ocupar el puesto, te pregunté sobre el texto de Chiavenato, la verdad no tuve tiempo de leerlo, dijiste, y de nuevo me ignoraste. Con tus manos perfectas tomaste el libro y en silencio trataste de leerlo rápidamente. Ese día no llegaron tus amigos así que trabajaste conmigo en clase. Obtuvimos la mejor nota, fui tan feliz, por fin empezaba a olvidar.
Yo solo soñaba con graduarme, tener una que otra noviecita, nada de importancia. La verdad no se cómo ni por qué estoy aquí, ni qué hice para merecer esto. Necesitaba buenas notas y eras muy estudiosa, me gustaba trabajar contigo, pero no más…
Cierto día en la cafetería me encontraba hablando con otra estudiante que al ver pasar a Ximena, dijo: uy, ella si esta loca, profe, y al preguntar por el comentario me contestó: esa demente hace una semana cogió a golpes en el baño a una vieja de la facultad de administración y la volvió mierda, le rompió los dientes con el lavamanos; la vieja era chusca, lástima. En ese momento recordé la última sesión que tuve con Ximena. Parecía padecer una fijación obsesiva enfocada en el joven que tanto mencionaba, Felipe. Por otro lado, observé signos de auto agresión en sus muñecas, descubiertas accidentalmente al realizar un movimiento natural con sus manos. La verdad no imaginé que agrediera a la joven, a quien ella veía como una amenaza por la reciente cercanía de Felipe.
Él también me abandonó como tú, Felipe, me dijo Ximena, al ver en mi rostro el principio de la inconsciencia, y esto es lo único que me queda de él, concluyó, mostrándome un frasco de vidrio lleno de un líquido traslúcido en el que flotaban unas manos. Me cuesta respirar, el olor a sangre me asfixia y me siento tan liviano como el viento. Todo parece oscurecer.
Conseguí el número telefónico de Felipe con la intención de indagar por la joven golpeada, un sentimiento de angustia me embargó de repente, y se agudizó al hablar con la madre del joven. Ella me confesó llorando que su hijo no había llegado en la noche a casa, por lo que puso el denuncio en la policía. Casi no podía esperar a colgar para marcar el número de Ximena. No contestó, así que busqué en mi archivo, tomé la dirección y salí hacia su apartamento.
Ante la insistencia de los golpes en la puerta grité: ¡No me jodan! Solo quiero estar en la paz del silencio que ahora es Felipe. Mi Felipe, solo quiero seguir acariciando tus manos.
Con la ayuda del portero derribamos la puerta del apartamento. La expresión de horror no se hizo esperar en nuestros rostros: en la sala encontramos el cuerpo del joven, tendido en el piso. Sus muñecas aún manaban sangre. Ximena, estudiante de química farmacéutica, sostenía las manos amputadas de Felipe. La escabrosa escena la completaba un frasco de vidrio que contenía unas manos diferentes a las del joven, exánime junto a ella.
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Sobre la autora:
Jimena Sandoval Herrera. Bogotana de 30 años, Trabajadora Social, participa desde 2009 en el Club de Literatura de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, encontrando en este espacio y en la literatura la mejor forma de entender, crear y dibujar las realidades. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
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