lunes, 12 de diciembre de 2011

El día que no quiero ver (por Diego Gómez Pineda)

Llegará un día en que, en la puerta de un restaurante, te vea del brazo de tu esposo, llevando a un niño pequeño de la mano. Me verás, amor, y soltarás su brazo, aunque no el del niño. Tu corazón palpitará nervioso una alegría olvidada, sólo repetible conmigo. Y en la sabiduría de tu decencia intentarás disimular lo inocultable ante tu celoso marido, porque él no sabe que hubo un Lorenzo, ni merece saberlo ahora. Es historia íntima, es pasado. Me acercaré a saludarte porque soy así, pero más nervioso de lo que tú puedas estar. Tres frases cortas sellarán una diplomacia fingida (nosotros nunca usamos diplomacia, siempre fue sinceridad, frescura y pureza en nuestro trato) y cada quien seguirá su camino. Sin procurarnos medios para contactarnos en el futuro porque yo no querré, tú intuirás mi voluntad y no lo preguntarás; o porque tu esposo te escolta y te avergonzará mostrarle que me aprecias.

El mesero los guiará a su mesa, yo regresaré hacia la mía y sentiremos que la injusticia de las apariencias nos obliga a ocultar nuestros sentimientos de cariño, como si haber querido y haber adorado fueran pecados. Te molestará tanto como a mí no habernos encontrado solos y no habernos podido fundir en un abrazo liberador, conversar con alegría, dedicarnos una tarde, conocer el nuevo estado de nuestras vidas. Pero me alegrará verte junto a un hombre, que parece serio y aburrido, aunque en el fondo se ve que te quiere y es bueno. Te intrigará saber quién será la chica que alcanzaste a entrever en mi mesa, sobre todo porque en mis manos, y en eso sí que te fijarás, no habrá argolla. Sentirás curiosidad de saber si después de ti pude encontrar felicidad. Cuando me sirvan esa pasta marinera, tu plato favorito que ordené por casualidad antes de encontrarnos, pensaré en cuántas veces insinué que nos casáramos y nos escapáramos. Adivinarás que en ese instante, mentalmente, estaré haciéndote el reproche de por qué él y no yo. Me conoces bien.

Tras la incómoda cena, cuando busques y encuentres mi tímida mirada de adiós, un adiós bonito y triste, tu hijo pedirá que lo levantes en brazos y tu esposo, casi a empujones, preguntará por qué no lo sigues.

Cada uno se irá hacia su propia vida, amor, esta vez para no vernos jamás, ni por azar. La visión fantasmal, nuestro encuentro sorpresivo redundará en tu cabeza el resto del día. En unas pocas horas vivirás la vida que pudimos compartir y nunca sucedió. Serás, por un breve tiempo, feliz. Y no es que no lo seas ya, pero sentirás esa felicidad con vértigo, sin rutinas, emocionante como nuestro amor. En los confines de tu corazón revivirás todo nuestro cariño, nuestra pasión, nuestra bella amistad. Quizá una lágrima se atreva a asomar al tiempo que tu esposo, sin verla, notará sólo en su conversación transformada en monólogo, que tu mente está en otra parte y acaso te lo hará saber.

Y tu mente se habrá quedado prendada en mi imagen, en el rostro envejecido, en el pelo con algunas canas, en los mismos idénticos ojos, en el nuevo recuerdo que desde ese día empezarás a escudriñar cada vez que alguien nombre a algún Lorenzo o a mi escritor favorito (Faulkner) o a mi equipo de fútbol o a quién sabe cuántas cosas más. Y el rostro juvenil de tu Lorenzo, ese rostro que reposaba añejo en tu memoria y que alguna vez quisiste reconstruir a la fuerza (para lo cual habrás tenido que revisar a escondidas alguna foto caduca), ese rostro casi olvidado, habrá recibido el permiso ansiado para morir en algún lugar del universo en donde tu mente haya querido reemplazarlo por la imagen envejecida. Sólo entonces descansaré para siempre porque tu Lorenzo, ese Lorenzo que hoy es, pero mañana entenderás que fue tuyo; era el Lorenzo joven y no ese hombre mayor que apenas palpaste y que en realidad no conoces, de quien nada sabes ya, aunque bien sospechas que es el mismo. Será el permiso concedido por Dios para olvidarnos uno del otro. Para que nuestros recuerdos puedan morir en paz.

Te dejo esta carta y me marcho, para verte sólo hasta ese día. No quiero más dolor, más decepción, más ingratitud. Saldré a respirar y vagaré por esas amistosas calles que nos han visto tomados de la mano, cariñosos y felices, para despedir nuestros recuerdos. Te dejo porque sospecho que es mejor retirarme ahora y no seguir junto a ti, criando un odio nuevo. Porque no entiendo qué más debo hacer, después de entregarte mi alma, para que me quieras como antes.

Caminaré hasta que la mente me abandone y exija descanso de ti. Caminaré hasta que me convenza de no alimentar esta dañina esperanza para mi tranquilidad y mi salud. Caminaré hasta que comprenda que no podrás valorar mi amor de nuevo, que tu corazón no volverá a vibrar para mí, y pueda suspirar y olvidarte. Caminaré hasta que mi sangre no hierva y entienda que nuestro fin también será mi libertad.

O, quizás, caminaré hasta que me encuentres y prometas que todo va a cambiar, que quieres volver a ser mía y que no vas a volver a jugar conmigo. Y yo, ingenuo, te mire a los ojos y te vuelva a creer.

...

Sobre el autor:
Diego Gómez Pineda. Nació en Bucaramanga en 1978. Casado sin hijos. Estudió Ingeniería Civil en la Universidad de los Andes y una maestría en la Universidad Politécnica de Madrid, España. Trabaja actualmente en el sector de la construcción y combina su actividad profesional con la literatura. Es lector juicioso y escritor de cuentos. Ha participado en el taller de cuento del Gimnasio Moderno dictado por Carlos Castillo Quintero en 2010 y en el taller de cuento de la Fundación Fahrenheit 451 en 2011, dictado por Raúl Harper y Sergio Gama. También ha participado en talleres virtuales. Su cuento “Mensaje en la botella” fue publicado en la revista virtual española “Aledaños de la Literatura”, en 2004, y su cuento “Las mentiras de los niños” fue uno de los 12 finalistas entre más de 1.000 cuentos en el concurso “XIII Premios Mario Vargas Llosa NH de Relatos” en 2010. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Los Iletrados", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).

1 comentario:

Carol J. Angel dijo...

Felicitaciones Diego, de nuevo te digo: excelente escritura, continua haciéndolo... un buen talento.