La mano se pone esbelta, se acicala con la cara mientras ve pasar la calle por la ventana. Se asoma a los nudos del pelo y juega con el viento que se cuela entre las cortinas vaporosas. La mano se empina sobre el alfeizar para ver quién pasa por la acera a saludarla. La mano recorre el marco con ese dejo que tienen los movimientos solitarios de quien se sabe sola. No hay cerrojos ni grilletes que la atajen, pero no puede salir, y aunque nadie se lo impide, se queda quieta oyendo cómo el pulgar cuenta las horas sobre los otros dedos que esperan con ansia la sesión que los hace grupo en el silencio. A veces la mano salta desde la ventana hasta la silla, desciende tambaleándose como un paracaídas sobre el tapizado. Allí se apacigua un poco con las texturas; empieza a trazar dibujos incomprensibles por el terciopelo que cambia de tonalidades con el paso de los dedos. Primero pinta paralelas, luego horizontales; juega un triqui imaginario contra sí misma. Borra el resultado. Elabora un camino y una casa con su mata desproporcionada al lado. Sobre el dibujo el dedo medio inicia “Himno a la alegría”, pero sólo llega hasta el índice: al aparecer la palabra alegría todo cesa. Se van Beethoven, los trazos y cualquier indico del que se deduzca que allí hubo algo de armonía. Entonces aparece lo militar, cada uno de los dedos empieza a tocar el paño con ímpetu y precisión. Un poco cansada del concierto para la ausencia, va hasta la cocina galopando en los dedos sobre el frío de las paredes como una manada de trenes desbocados, con el humo a cuestas y sin poder apaciguarlo llega a la caja de cerillos. Enciende el fogón y pone el agua. Algo tibio también tienen los dedos al ir por los anaqueles tras el plato y la taza. Sabe que es mejor no tomar azúcar cuando hay amargura, esas digresiones ocasionan tristezas más profundas que las certezas. La mano toma una de las bolsas del té, la deposita con cuidado en el fondo de la taza. Siente un poco de rabia con el agua que también la hace esperar, aunque sabe de memoria que ella no faltará a la cita con el silencio. La mano sale de la cocina para no observar en la lentitud del agua el otro recorrido que hace el tiempo cuando se estira empecinado. Se asoma un poco al espejo del baño y nota que está algo húmeda, se mira en la ceja a ver si los nervios le han dejado algo de dignidad al pulso. Quién sabe si la nostalgia también opera a lo largo de las uñas y obliga a las manos a empuñar las armas contra las hojas secas que penden de las ramas: la mano las toma, las arruga con rabia, y las tira a la caneca como sin con esa acción se pudiera deshacer de todo el pasado, de la amnesia que sufren los que no la visitan. Sosegada regresa a la cocina por el agua que bulle, roza con desgano el talego del pan. -Migas, esa es la vida, migas-, recuerdan los nudillos al lado de la nevera que ronronea como el gato erizado indicando que todo se congela. Un poco de agua fría ablanda el dolor ocasionado por el grito de vapor que salió de la tetera. El agua corre como los segundos por las venas, la luz de la tarde que se cuela baila con las tonadas que canta el sifón al compás de los dedos adoloridos que se sacuden bajo el chorro. La mano se sabe de memoria los datos que la dejan a la deriva en el cuarto que habitan los silencios, se calienta las yemas con el calor de la taza que se balancea entre los dedos. Por fin toma lo que busca, hace de su viaje por los contornos metálicos una pequeña nota en los gestos que despiden el aire.
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Sobre el autor:
Jaime Londoño. Bogotá 1959.Escritor, editor y profesor universitario. Se graduó de literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Organizó, junto con otros poetas, el Primer encuentro de niños poetas colombianos. Promovió el Segundo encuentro de estudiantes de letras y ciencias sociales, patrocinado por La Facultad de Literatura de la Universidad Javeriana. Libros de poemas: Hechos para una vida anormal 1997, Alquimistas Ambulantes 2001, Mago sólo hay uno 2004 y Fantasmas S.A. 2007. De historia: Epitafios: algo de historia hasta esta tarde pasando por Armero. Compiló: Antología de la poesía joven. Textos educativos: Competencias escriturales de prejardin a once. Traducción: El alma del hombre bajo el socialismo de Oscar Wilde. Coordina para la Casa de poesía Silva talleres dirigidos a los niños de los colegios distritales, dentro del programa Escuela-Ciudad-Escuela. Tiene un taller de poesía gratuito desde hace 10 años los domingos a las 3 pm en el parque de Usaquén, dirige la Editorial Domingo Atrasado y dicta clases en la Universidad Autónoma de Colombia.
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Sobre el autor:
Jaime Londoño. Bogotá 1959.Escritor, editor y profesor universitario. Se graduó de literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Organizó, junto con otros poetas, el Primer encuentro de niños poetas colombianos. Promovió el Segundo encuentro de estudiantes de letras y ciencias sociales, patrocinado por La Facultad de Literatura de la Universidad Javeriana. Libros de poemas: Hechos para una vida anormal 1997, Alquimistas Ambulantes 2001, Mago sólo hay uno 2004 y Fantasmas S.A. 2007. De historia: Epitafios: algo de historia hasta esta tarde pasando por Armero. Compiló: Antología de la poesía joven. Textos educativos: Competencias escriturales de prejardin a once. Traducción: El alma del hombre bajo el socialismo de Oscar Wilde. Coordina para la Casa de poesía Silva talleres dirigidos a los niños de los colegios distritales, dentro del programa Escuela-Ciudad-Escuela. Tiene un taller de poesía gratuito desde hace 10 años los domingos a las 3 pm en el parque de Usaquén, dirige la Editorial Domingo Atrasado y dicta clases en la Universidad Autónoma de Colombia.
1 comentario:
Me encantó. Traza su camino al inconsciente con fluidez y encanto.
Laura Brainsky
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