(Fragmento de la novela La última morada)
caía la tarde y una línea rojiza bordeaba la tímida loma de la vereda vecina. quizá era tiempo de salir y echar a correr (¿pero a dónde?), o de esperar un golpe en la puerta y un par de balazos. decidió que era mejor acampar donde ellos habían estado la noche anterior, finalmente el lugar más seguro para él era donde el enemigo ya había permanecido antes.
el campamento no estaba lejos de allí: escondido entre pajonales una circunferencia desdibujada en el suelo señalaba su última morada.
“es cuestión de tiempo” le habían dicho en la oficina de Bogotá. “el tiempo era cuestión de ellos”, pensaba él. hacía unos días había ido a la ciudad para entrevistar a R, un viejo conocido de la casa Delmonte pero no había obtenido nada, excepto la mirada fija de un hombre que le aseguró, sin más, que lo mejor que podía hacer era esperar.
mientras oscurecía, hacía un recuento de los laberintos que lo habían llevado hasta allí: su pasantía, un buen trabajo, escribir en una revista importante. el punto estaba en que no había hecho ninguna de las tres cosas, escasamente sacaba adelante una pasantía rastrera y llena de elementos inconexos más que el ansiado artículo laureado que le permitiría acceder a una beca en el exterior. con todo y el desánimo que le llenaba el cieso, estaba dispuesto a continuar.
las estrellas brillaban como reflejos viejos, era hora de dormir.
un catálogo casi nuevo se paseaba por las manos del joven, el librillo describía toda serie de elementos: zapatos, camisas, ropa interior, un corta uñas. Lo había encontrado en la casa Delmonte, una vieja construcción que había sido su morada durante un buen tiempo.
fue en una tarde de agosto, en su segundo viaje a esa casa, que descubrió disimulados entre los butacos llenos de polvo y de periódicos viejos una “novena a la sagrada familia” y el catálogo que ahora hojeaba. se trataba de una revista detallada de los elementos personales de cadáveres encontrados en fosas comunes, encerrada en un óvalo tembloroso la imagen de la novena aparecía señalada en una de sus hojas.
hacía tres años la publicación de ese tipo de documentos se había vuelto común, especialmente luego de que muchos acusados declararan los sitios donde habían enterrado a sus muertos, cuando la justicia se volvió un popurrí de evidencias y NN huérfanos.
fue por ese entonces que el inició su trabajo como reportero y archivista, su deber consistía en organizar las fotos que la revista había decidido no publicar o que tenían algún defecto. cajas apiladas de registros fotográficos borrosos o muy oscuros sobresalían en su pequeño despacho. ahora recordaba la reiterada frase de su mentor “estas fotos que ves no existen, son la evidencia perdida de los crímenes que nadie ha visto”. tal vez por eso el había decidido buscar las fotos que hacían falta de uno de los escaparates del despacho, o tal vez fuera porque su mentor, igual que las fotos, había desaparecido.
a más de dos días de camino, acampar en el mismo sitio no era una opción. a veces mientras detallaba insistentemente la novena y su fotografía en la revista, el movimiento brusco de algún arbusto cercano le recordaban que no lo habían dejado solo. como él, otros iban detrás de la pista: el vacío del desvencijado escaparate en el antiguo despacho.
Nota: La ausencia de mayúsculas se debe a una decisión de autoría. N. del E.
...
Sobre la autora:
Nubia Pérez, 1989. Considera que la universidad le quita tiempo a (otras) cosas importantes y le gustan los cubos de papel. Asiste desde 2010 al Club de Literatura de La Fundación Gilberto Alzate Avendaño y tiene un blog desde 2008. http://ciruel-a.blogspot.com/ El fragmento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
caía la tarde y una línea rojiza bordeaba la tímida loma de la vereda vecina. quizá era tiempo de salir y echar a correr (¿pero a dónde?), o de esperar un golpe en la puerta y un par de balazos. decidió que era mejor acampar donde ellos habían estado la noche anterior, finalmente el lugar más seguro para él era donde el enemigo ya había permanecido antes.
el campamento no estaba lejos de allí: escondido entre pajonales una circunferencia desdibujada en el suelo señalaba su última morada.
“es cuestión de tiempo” le habían dicho en la oficina de Bogotá. “el tiempo era cuestión de ellos”, pensaba él. hacía unos días había ido a la ciudad para entrevistar a R, un viejo conocido de la casa Delmonte pero no había obtenido nada, excepto la mirada fija de un hombre que le aseguró, sin más, que lo mejor que podía hacer era esperar.
mientras oscurecía, hacía un recuento de los laberintos que lo habían llevado hasta allí: su pasantía, un buen trabajo, escribir en una revista importante. el punto estaba en que no había hecho ninguna de las tres cosas, escasamente sacaba adelante una pasantía rastrera y llena de elementos inconexos más que el ansiado artículo laureado que le permitiría acceder a una beca en el exterior. con todo y el desánimo que le llenaba el cieso, estaba dispuesto a continuar.
las estrellas brillaban como reflejos viejos, era hora de dormir.
un catálogo casi nuevo se paseaba por las manos del joven, el librillo describía toda serie de elementos: zapatos, camisas, ropa interior, un corta uñas. Lo había encontrado en la casa Delmonte, una vieja construcción que había sido su morada durante un buen tiempo.
fue en una tarde de agosto, en su segundo viaje a esa casa, que descubrió disimulados entre los butacos llenos de polvo y de periódicos viejos una “novena a la sagrada familia” y el catálogo que ahora hojeaba. se trataba de una revista detallada de los elementos personales de cadáveres encontrados en fosas comunes, encerrada en un óvalo tembloroso la imagen de la novena aparecía señalada en una de sus hojas.
hacía tres años la publicación de ese tipo de documentos se había vuelto común, especialmente luego de que muchos acusados declararan los sitios donde habían enterrado a sus muertos, cuando la justicia se volvió un popurrí de evidencias y NN huérfanos.
fue por ese entonces que el inició su trabajo como reportero y archivista, su deber consistía en organizar las fotos que la revista había decidido no publicar o que tenían algún defecto. cajas apiladas de registros fotográficos borrosos o muy oscuros sobresalían en su pequeño despacho. ahora recordaba la reiterada frase de su mentor “estas fotos que ves no existen, son la evidencia perdida de los crímenes que nadie ha visto”. tal vez por eso el había decidido buscar las fotos que hacían falta de uno de los escaparates del despacho, o tal vez fuera porque su mentor, igual que las fotos, había desaparecido.
a más de dos días de camino, acampar en el mismo sitio no era una opción. a veces mientras detallaba insistentemente la novena y su fotografía en la revista, el movimiento brusco de algún arbusto cercano le recordaban que no lo habían dejado solo. como él, otros iban detrás de la pista: el vacío del desvencijado escaparate en el antiguo despacho.
Nota: La ausencia de mayúsculas se debe a una decisión de autoría. N. del E.
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Sobre la autora:
Nubia Pérez, 1989. Considera que la universidad le quita tiempo a (otras) cosas importantes y le gustan los cubos de papel. Asiste desde 2010 al Club de Literatura de La Fundación Gilberto Alzate Avendaño y tiene un blog desde 2008. http://ciruel-a.blogspot.com/ El fragmento aquí publicado hace parte de la antología "Cuaderno 2011", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).
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