lunes, 9 de enero de 2012

Al son de la pulla loca (por Diana Hernández Varona)

Karla miró sutilmente su cuerpo en el enorme espejo de la habitación del hotel donde había pasado la noche. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo observó? 15, 20, 30 años, quizás. Claro, cómo olvidarlo. Desde aquella época de su infancia, cuando un día dijo a su madre: ¡quiero unos senos bellos y unas nalgas pomposas como las tuyas mamá! A lo que su madre respondió: hija espera que llegues a mi edad y verás cómo llorarás deseando tener un cuerpo firme y parejo como una tabla. Jajajaja, exclamó Karla entre carcajadas, no digas eso mamá, tu cuerpo es hermoso y a los hombres les gusta.

Con lágrimas en los ojos y un interminable nudo en la garganta, Karla siguió mirando su cuerpo en aquel gran espejo: claro con forma de guitarra o pera, como se dice. Las tetas caídas por el nada piadoso empuje de la gravedad, el abdomen un tanto inflado y las caderas anchas, muy anchas, como si aún albergaran aquellas vidas, como dejando prueba de sus embarazos. Sonrió porque le gustaba lo que veía en el espejo, y afirmó, cuerpo hermoso, te llevo por siempre.

Con una inmensa alegría empezó a recordar la jornada de sexo de la noche anterior. Cuando con la luz encendida, ella y el hombre que la acompañaba, empezaron la danza de la pulla loca. Quita por aquí, toca por aquí, jala por aquí y envuelve otra vez. Sus besos, los de él, comenzaron desde su vientre. Sus dedos dibujaron toda su femineidad y dulzura. Le susurraba al odio, el buen trato equivale a mil viagras. Ella con sus piernas hermosas, sus caderas anchas, tetas caídas y el perfume natural de su espalda. Gimió de emoción con ese beso detrás de sus pantorrillas que fue el punto de sutura para que su cuerpo y el de él se unieran en un solo nivel.

Karla dio un largo suspiro y abrió los ojos volviendo a la realidad del espejo: miró su cuerpo, convencida ahora de su hermosura, dulce belleza que en la danza de la pulla loca, en medio del sexo más sublime, enviste armonía al encuentro de dos almas, que ahora no olvidan.

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Sobre la autora:
Diana Hernández Varona. Soy una amante de la vida y sus colores, de la risa y la irreverencia. Soy educadora preescolar, trabajo en ventas, madre, abuela y ama de casa. Tomé el Taller de Creación de Cuento entre marzo y mayo de 2011. Una experiencia que para mí renovó viejos sueños, regalándome la oportunidad de volver a crear a través de las palabras. En mi caso, una oportunidad inolvidable. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Los Iletrados", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).

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