viernes, 16 de diciembre de 2011

Azael (por Joaquín Andrés Rueda Muñoz)

Música que navega por entre las venas del viento,
que enredas las direcciones que sonríen las estrellas
y asientas tu presencia en el camino del crepúsculo,
vínculo vital entre la vida y la muerte,
abierto en las pupilas del recién nacido
en que la imagen no arrastra como sombra al contenido
en que toda forma es un laberinto
una dimensión precipitada en el vértigo al vacío.
La mirada extática transformada en alarido
que a medida que se desprenden las hojas del calendario,
las horas ensombrecen su asombro, los días hacen ajena su vista,
los años, a las sonrisas.
Y devienen al niño en quimera apática
donde vivir se ha construido en una ensordecedora
orgía de máquinas, ensoñación sin alma.
Los hombres, intimidados, ya no escuchan los tambores del corazón,
ni siquiera los vientos en su respiración.

Música que alimenta su sinfonía en valles de césped
y encuentra su melodía en la fricción del grillo,
su lírica en el parpadeo de la luciérnaga,
su percusión en el croar de las lagunas,
su tiempo en el devenir de las ondulaciones del río.
Tu, música, que vives en toda manifestación del universo,
inclusive tu ritmo naufraga en el ingrávido silencio,
no desamparas al niño que anhela tu presencia
y así, en las noches, te le apareces en un suave zumbido
que produce el guardián del infinito,
un diminuto mosquito,
enojado, al sentir que no escucha,
le deja una roncha en la piel
para que cuando la rasque se introduzca en su sublime orquesta
y alucine con los sonidos que produce su cuerpo,
Él, su propio instrumento.

Ya más viejo se enamoró del poder de la imagen
para traer a las junglas de cemento la presencia inmortal del monte,
vorágine elemental, amalgama de color y sombra;
y descubrió en la máquina la magia del mosquito.
Se encontró con la sagrada y olvidada meditación,
del dolor como experiencia evolutiva,
del arte portátil, el místico tatuaje
transformación de la piel en superficie-espejo
en que con el dedo se dibuja un camino sincero,
sanación del equilibrio de la imagen,
en que las cicatrices son textura del silencio,
fiel comunión entre el falo de motor y el pellejo receptor;
y cada figura es una señal, un recuerdo,
de la música que habita nuestro centro.

...

Sobre el autor:
Joaquín Andrés Rueda Muñoz. Nací en Bucaramanga, Santander. Actualmente ando estudiando estudios literarios en la Universdiad Javeriana, me han publicado algunos poemas en las revistas de estudiantes de mi facultad.

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